Orar por el alma de Michael Corleone, que tanto lo necesitaba.

La campana de la iglesia tocaba a penitencia. Como le habían enseñado, Kay se golpeó el pecho, en señal de arrepentimiento. La campana volvió a soñar, y entonces los fieles se levantaron de sus asientos, dirigiéndose a la barandilla del altar. Ella hizo lo mismo. Se arrodilló delante del altar,y cuando la campana volvió a sonar, repitió, con la mano cerrada, el gesto de golpearse el pecho. El sacerdote estaba delante de ella. Kay echó la cabeza hacia atrás y abrió los labios para recibir la sagrada hostia. Fue el peor momento.

Luego, cuando la sagrada forma se fundió en su boca, se sintió feliz de haber hecho aquello que deseaba de todo corazón. Limpia su alma de pecado, Kay inclinó la cabeza y juntó las manos. Le dolían las rodillas. Elevó el cuerpo, ayudándose de los codos, para repartir un poco el peso. Entonces vació su mente de todo pensamiento personal. Se olvidó de sí misma, de sus hijos, de su ira, de todos sus problemas.

Y con un profundo deseo de creer, de ser escuchada, hizo lo que venía haciendo todos los días desde la muerte de Carlo Rizzi: orar por el alma de Michael Corleone, que tanto lo necesitaba.

Puzo, M. El Padrino (1971).

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