La luz acaso es Dios.

Pórtico en el Patio de los Leones de la Alhambra
El agua, por doquiera, entona su canto que subraya el cristalino sonido de lo visible. Los muros, con sus versos reiterados hasta el infinito, jamás callan. Los estucos y los artesones, coloreados para dar la impresión de ligereza, contagian su vibración a los paramentos y a las techumbres de marfil y de cedro. Las cristaleras de colores, al incidir sobre los colores de los muros, los agitan aún más. El mutátil resplandor de día, y de noche las mechas temblorosas, provocan inquietas sombras que conmueven de arriba abajo los palacios. En el Cuarto de los Leones los dobles atauriques, con un vano por medio donde anidan los pájaros, tiritan de vida, y a su través se escucha el fragor de las aguas como en el seno de las caracolas.

Todo allí es traslúcido, minucioso y significativo a la manera de un tatuaje beduino... Desde los altos artesonados profundos, casi sumidos en la oscuridad, del Salón de Comares he escuchado a menudo el nombre de las constelaciones. Y los he visto dudar, estremecerse, balbucir arriba cuando la luz trepa, escurriéndose por los arabescos, hasta ellos, y los lame y los hace gozar un instante... Qué confusas las
vislumbres de la realidad que nos ofrece la Alhambra.

¿Dios es la luz en ella?

 La luz acaso es Dios. ‘

Gala, A. (1990) El Manuscrito Carmesí.

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