Todo en él era viejo, salvo sus ojos ...

botes de pesca atracados en Playa Larga, Cuba
Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. En los primeros cuarenta días había tenido consigo a un muchacho. Pero después de cuarenta días sin haber pescado, los padres del muchacho le habían dicho que el vie­jo estaba definitiva y rematadamente salao, lo cual era la peor forma de la mala suerte, y por orden de sus padres el muchacho había salido en otro bote que cogió tres buenos peces la prime­ra semana.

Entristecía al muchacho ver al viejo regresar todos los días con su bote vacío, y siem­pre bajaba a ayudarle a cargar los rollos de sedal o el bichero y el arpón y la vela arrollada al más­til. La vela estaba remendada con sacos de hari­na y, arrollada, parecía una bandera en perma­nente derrota.

El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Las par­das manchas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar tropical estaban en sus mejillas. Estas pecas corrían por los lados de su cara hasta bastante abajo y sus manos tenían las hondas cicatrices que causa la manipulación de las cuerdas cuando sujetan los grandes peces. Pero ninguna de estas cicatrices era reciente.

Eran tan vie­jas como las erosiones de un árido desierto. Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y éstos tenían el color mismo del mar y eran alegres e in­victos.

Hemingway, E. (1952) El viejo y el mar.

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